Los cuatro Evangelios son fórmulas de iniciación. Mateo, Marcos y Lucas los empiezan con la Navidad o Sagrado Nacimiento, porque son formulaciones de los Misterios Menores. El Evangelio de San Juan comienza con el Rito del matrimonio Místico, porque es una formulación de los Misterios Mayores o Cristianos, y el más profundo Tratado de Iniciación jamás dado a los hombres. Rudolf Steiner, el eminente ocultista, dice que este Evangelio no debería ser considerado simplemente como un libro de texto, válida como es esta apreciación, sino como una fuerza espiritual. A los estudiantes esotéricos de las Escuelas de Misterios occidentales se les enseña a meditar diariamente sobre partes de este Evangelio.
Durante el equinoccio de primavera, la naturaleza toda se encuentra bajo el hechizo de la mística unión de los principios del Agua y el Fuego. El fruto de esa unión son: La belleza, la armonía y la perfección. En primavera, la naturaleza manifiesta esta belleza porque la unión se ha consumado por obra de las grandes Jerarquías Estelares. El hombre ha de encontrar también en este sagrado Rito la clave de los Grandes Misterios o Misterios Cristianos, pero ha de aprender a realizar ese Gran Trabajo él sólo. Cristo se refería a este Rito del Matrimonio Místico cuando dijo al Maestro Nicodemo, que ya estaba familiarizado con el trabajo de los Misterios Menores, que debía nacer del Agua y el Fuego antes de que pudiera entrar en el Reino de los Cielos, o sea, en los Misterios Cristianos o Mayores.
Cada uno de los acontecimientos de la vida del Señor Cristo, dados en los Evangelios, representa una determinada etapa a lo largo del Sendero de Iniciación. El hermoso ceremonial del Viernes Santo expresa la consumación de la consecución cristiana. El mundo cristiano ortodoxo observa este día como un tiempo de vigilia dolorosa. El místico cristiano, en cambio, experimenta ese día una extraña alegría espiritual. Él ve la Crucifixión como un medio hacia un más grande final, y la Agonía del Calvario se pierde de vista ante la contemplación del supremo gozo que la sigue. Comprende que la crucifixión del cuerpo ha de preceder siempre a la liberación del espíritu. Un Maestro dijo una vez a sus discípulos: "Sólo en momentos de intensa angustia encontrarás tus armas, y a tus hermanos en la Gran Causa".
El músico iniciado Ricardo Wagner, que comprendió muchos aspectos del esoterismo cristiano, tuvo grandes vislumbres del profundo significado de este maravilloso día en su sublime drama Parsifal. Esta obra trascendental debe ser considerada como un tratado sobre la magia del Viernes Santo. Mucha de la hermosura y mucho del misterio de ese día, los incorporó a los pasajes musicales del hechizo del Viernes Santo que compuso para el último acto de su sublime drama musical.
Cada aspirante que pretende hollar el Sendero es un Parsifal en determinado estadio de su evolución. También él, como Parsifal, conocerá el camino de la cruz y, si es paciente y persistente en hacer el bien, también como Parsifal, conocerá las sobrenaturales revelaciones anímicas que constituyen la magia espiritual del Viernes Santo.
La escena del regreso de Parsifal, una brillante mañana de primavera, constituye una de las bellezas de la naturaleza. Es Viernes Santo y una bendición de paz impregna todo el paisaje.
Existe una extraña contradicción entre el éxtasis de la naturaleza en primavera, y el ceremonial de cuaresma observado en esa estación por la iglesia ortodoxa. Los lugares de culto se cubren sombríamente de negro o morado, mientras los penitentes hincan la rodilla, llenos de lágrimas de contrición, meditando sobre la Pasión de Cristo. La naturaleza, por el contrario, viste sus mejores galas y, por todas partes, se escuchan cantos de alegría y regocijo. Parsifal describe lo primero como "el día de la más oscura agonía divina", y lo segundo, diciendo: "¡Qué hermosos están los prados esta mañana!. ¡Expresan el infinito amor de Dios!".
Cuando el hombre cayó, esto es, cuando perdió su perfecto ajuste con su conciencia espiritual, perdió también el equilibrio entre los dos polos de su espíritu interno, el masculino y el femenino, o sea, el equilibrio entre el corazón y la cabeza. Esa falta de equilibrio trajo consigo dolor, pobreza, enfermedad y muerte al mundo. La cruz en la que Cristo permitió ser crucificado es el gran símbolo cósmico de esa gran pérdida de igualdad entre las dos polaridades de la naturaleza, humanamente representadas por el hombre y la mujer. La cruz se encuentra en todos los países, y ha sido utilizada por todos los pueblos, porque toda la Humanidad experimentó esa falta de equilibrio durante los primeros días de su viaje evolutivo.
Pendiendo de la cruz, lo cual, de acuerdo con la tradición esotérica cristiana, fue, a la vez, literal y simbólico, un hecho histórico y una dramatización espiritual, Cristo abrió el camino para la Iniciación, mediante la que toda la Humanidad puede recuperar su plenitud interior y, mediante esa plenitud o integración, redescubrir el estado edénico, de inagotable bienestar y vida inmortal.
La naturaleza ya manifiesta el "ilimitado amor de Dios" como polaridad. Cada año, al cruzar el sol, en el equinoccio vernal, del sur al norte (crucifixión), las latitudes septentrionales inauguran su estación de la resurrección, y la naturaleza toda muestra el gozo y hermosura de una unión alquímica perfecta, de fuerzas vitales. Parsifal se refiere a éste, el Gran Misterio de Pascua, cuando bautiza a la arrepentida Kundry con las palabras: "Regocíjate con toda la naturaleza armoniosamente redimida".
Kundry es el divino femenino, que cayó a causa de la inestabilidad emocional, tal como se representa en el madero horizontal de la cruz. Luego, acompañada por el triunfante Parsifal, penetra en el Templo, entre el alegre repiqueteo de las campanas. Juntos, pasan a través de las dos columnas, que han sustituído a la cruz, y que simbolizan la Iniciación a través de la polaridad. Esas dos columnas reemplazarán a la cruz, como símbolo universal de la religión, en la Edad Acuaria, que ahora amanece.
Parsifal dice de la naturaleza, bajo el hechizo del Viernes Santo:
En verdad, encontré flores maravillosas
que pretendían enroscar sus zarcillos en torno a mi cuello;
y, nunca antes parecieron tan frescas
la hierba, la fronda ni las flores;
ni pareció tan dulce su fragancia
ni me habló tan atractivamente.
Esa es la magia del Viernes Santo, mi señor - dice Gurnemanz.
¿Cómo puede ser eso así? - pregunta Parsifal - En vez de alegría y flores, la naturaleza debería mostrar llanto y sentir dolor este día de agonía.
Gurnemanz le explica que la gran gloria de la Marea de Pascua se debe a las lágrimas de los pecadores, que lloran de contrición, cayendo sobre la Tierra como rocío sagrado, para convertirse en flores.
- Por eso florece. Todos los seres vivientes se regocijan, escuchan la voz del Salvador, y lo adoran.
- Los bosques y campos - continúa - no pueden mirar a Cristo en la cruz, pero pueden mirar al hombre redimido. En el desarrollo de las flores puede encontrarse la contraparte, en la naturaleza, del proceso de transmutación que tiene lugar en la vida de cada individuo.
Gurnemanz continúa exponiendo el misterio íntimo de esta sagrada estación:
Cada hoja de hierba, cada ramita y cada florecilla,
sabe que este día no puede acaecer ningún daño,
sino que, así como Dios, lleno de mercedes,
recordó al hombre y por él murió,
el hombre, este día, será menos osado
y marchará con cuidado.
Agradecidas se animan todas las cosas
que viven un momento y desaparecen
y, absueltas de todo, esperan
y bendicen este Día de Inocencia.
En el exquisito encanto anímico que Wagner tejió con su música de Viernes Santo, fundió toda la tristeza y el dolor del religioso exotérico, con el éxtasis manifestado por la naturaleza en primavera. Es música que tipifica la culminación del gran proceso de transmutación, mediante el cual, la personalidad (Kundry) se eleva hasta la identificación con el espíritu (Parsifal). Es la fusión alquímica que eleva al aspirante hasta el Tercer Grado o Grado del Maestro, descrito en la ópera mediante la coronación de Parsifal. Esa coronación se acompaña por la música más etérea de la Tierra, que combina los motivos eucarísticos y los del Grial.
El descenso de la Paloma el Viernes Santo, para rellenar y bendecir el Grial, con el fin de nutrir y sostener a los caballeros durante otro año, se refiere a los acontecimientos que pertenecen al Grado de Maestro, y que tienen lugar ese día en los Templos de Misterios de los planos internos. Según la antigua leyenda, es este día santísimo aquél en que la naturaleza exterioriza el maravilloso atributo de sus flores. También el reino animal responde al acelerado ritmo vital del Planeta, acercándose más unos a otros y al hombre. Todo en la naturaleza, pues, contribuye a la santificación del Viernes Santo. El místico sabe que se trata de uno de los días más santos del año, puesto que entonces las puertas del Templo se abren, de par en par, para recibir a los "calificados y dignos" de pasar a través del portal de la gloria.
Todo esto lo incorporó Wagner a su música del Viernes Santo que, como la alquimia de la naturaleza, revela vida donde sólo parece haber muerte. Esta música, extraída de la fuente de los Misterios, nos muestra al hombre elevado a lo divino, a ese mundo más allá de nuestro mundo, y que es la única realidad. Incluso, sobre el no iluminado, derrama ese "otro mundo" su magia, con indescriptible amor.
Con la coronación de Parsifal se cierra el ciclo de la Iluminación. La música se diluye en la obsesionante belleza del motivo del Grial, haciéndose cada vez más etérea, mientras los ángeles le abren paso con sus alas, a través de neblinas doradas, y se pierden para la vista y los oídos humanos. El hombre terminará por comprender que, al margen de este Templo Musical del Parsifal, puede construir un dorado puente de sonido, a cuyo través comunicarse con las huestes angélicas y arcangélicas.
Ricardo Wagner, el músico profeta de la Nueva Era, ha expuesto a la luz, con su Parsifal, un antiguo Misterio Cristiano que, a la vez, oculta y revela muchas cosas sobre lo esotérico profundo y lo elevadamente espiritual, que componen la magia del Viernes Santo.
* * *
EL VIERNES SANTO Y LA VÍA DOLOROSA
Durante el Viernes Santo, las sucesivas etapas del Sendero del Discipulado se desarrollaron simbólicamente en los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de la Vía Dolorosa o "Camino del Dolor". "Aquél que no tome su cruz y me siga - dijo el Maestro - no es digno de Mí".
La Pasión de Nuestro Señor el Viernes Santo alcanzó el corazón de los Misterios. Las catorce estaciones de la cruz representan ciertas etapas que pertenecen al desarrollo espiritual, relacionándose, además, cada una de ellas, con un determinado centro del cuerpo. El trecho de este Sendero, que cada discípulo holló, estuvo determinado por el status de su propia alma. Tan sólo la divina María, María Magdalena y Juan estuvieron lo suficientemente avanzados para recorrer el Sendero hasta el final. Por eso ellos tres, y sólo ellos, se ven representados junto a la cruz de la que pendía el cuerpo atravesado de Cristo. El número tres significa también que cada uno de ellos había pasado el Grado Tercero o del Maestro.
En los tres juicios, de Anás, de Caifás y de Pilatos, en la flagelación, en la coronación de espinas, en las tres veces que Cristo cayó bajo el peso de la cruz, y en los tres encuentros con las santas mujeres durante la ascensión del Calvario, el candidato a la Iniciación en los Misterios Cristianos descubre experiencias que se corresponden con su propia ascensión al Monte de la Iluminación, desde que tomó su cruz y siguió a Cristo.
Los distintos acontecimientos que menciona el Evangelio y que tuvieron lugar, durante la Semana de Pasión, en las vidas de los hombres y mujeres que componían el grupo más íntimo del Maestro, entre Sus seguidores, llevan todos una referencia velada a cierta fase de su propio desarrollo, en conexión con uno o más de los tres Grados pertenecientes a la Escuela Cristiana de Misterios. Cada estación de la cruz se convierte, pues, en una piedra miliar en el Sendero del aspirante cristiano, cuando marcha a lo largo de la Vías Dolorosa, y que es lo que los Padres de la misión de California llamaban "El camino del Rey" (en español en el original). A su término, los dolores del Camino se transforman en el gozoso éxtasis de la Resurrección.
Los principales obstáculos del Sendero están representados por el juicio ante Anás o mente mortal; luego, por el juicio ante Caifás o ambición mundana; y, por fin, por el juicio ante Pilatos o debilidad y vacilación de la mente, cuando es requerida para tomar postura a favor de la verdad, con riesgo de dañar la posición o el prestigio personal a los ojos de asociados o benefactores no iluminados.
La flagelación representa los trastornos y, a veces, el dolor que acompañan al nacimiento o despertar de los sucesivos centros superiores del cuerpo, situados a lo largo de la espina dorsal, a medida que el fuego serpentino realiza su ascenso, desde el sacro hasta los del cráneo. La coronación de espinas tiene un significado análogo, y se refiere, específicamente, a la revivificación de determinadas áreas de la cabeza. Por tener una significación similar, estos dos acontecimientos se citan, generalmente, unidos.
Con el ascenso del fuego espinal espiritual hasta la cabeza, se sensibilizan progresivamente los nervios craneales. Estos nervios rodean la cabeza como una corona y, en el Grado de Maestro, irradian un verdadero halo luminoso.
Tres veces cayó el lastimado Señor bajo el peso de la cruz. Lo que con ello llevó a cabo físicamente representa las correspondientes caídas morales en las que la frágil Humanidad sucumbe, una y otra vez, mientras holla el Sendero del Dolor hacia la Luz. Como Indicador del Camino a toda la Humanidad, no omitió, a lo largo de todos los incidentes de Su vida, ningún aspecto del mismo. El hombre cae bajo el peso que los velos de la materia han colocado sobre su espíritu; cae a causa de los deseos terrenos; y cae a causa del hechizo al que sucumbe su mente espiritual no iluminada. Tres veces, pues, cae a causa de los obstáculos que surgen de su cuerpo físico, de su cuerpo de deseos y de su cuerpo mental.
Mientras el Maestro subía al Calvario, se encontró tres veces con las santas mujeres. Éstas representan la actividad del Principio Femenino, del Amor-Sabiduría, que labora por la purificación de los cuerpos vital y de deseos, y la espiritualización de la mente.
Tras la tercera caída, Simón Cireneo tomó la cruz y la llevó el resto del Camino. Este hecho, traducido a términos de consecución espiritual, indica que sus votos de dedicación al discipulado tuvieron lugar allí y entonces y, con ello, tomó su cruz personal y siguió a Cristo al lugar de la Liberación. Simón, que ya había sobrepasado el Rito de la Purificación, estaba preparado para asumir el trabajo conducente al Segundo Grado, de la Iluminación.
Según la leyenda mística, el Maestro encontró a la Verónica, la cual limpió Su rostro con su pañuelo, mientras Él ascendía al Calvario. Habiéndolo hecho, observó con embelesado asombro, que Sus facciones se habían impreso en el pañuelo. Este hecho se refiere a la experiencia de una de las mujeres discípulos, que había logrado imprimir los centros de su cuerpo de deseos sobre los de su cuerpo etérico, con lo cual, se convirtió en clarividente y capaz de leer los Registros Cósmicos. Esta es la marca del Segundo Grado.
Según los Evangelios, Prócula, esposa de Pilatos, había tenido "un sueño relativo a este hombre justo y bueno". Esto es otra manera de decir que ella era capaz de funcionar conscientemente en los planos internos, de noche, cuando se encontraba fuera del cuerpo, y que había leído en el Registro Akásico, la verdad acerca de la misión de Cristo como salvador de la Humanidad. Su experiencia es también una evidencia de la consecución del Segundo Grado.
LAS ESTACIONES DE LA CRUZ
Las Estaciones de la Cruz indican los lugares en los que Cristo Jesús se detuvo, mientras transportaba Su carga, a lo largo de la Vía Sacra, hacia el Calvario o Monte de la Liberación. Originariamente, estas Estaciones eran sólo siete, y se conocían como "las siete caídas". Durante la ocupación de Tierra Santa por los turcos, el emplazamiento de estas Estaciones en la Sagrada Vía sufrió algunos cambios y, con ello, se perdió gran parte del significado esotérico que llevaban consigo.
El más profundo significado de estas Estaciones no se originó con el cristianismo. Están relacionadas con la naturaleza del hombre y el proceso que implica el desarrollo de su naturaleza divina. Sus significados son, por tanto, comunes, tanto a los Misterios antiguos, como a los Misterios Cristianos. En los Misterios de Eleusis, por ejemplo, existía una Vía Sagrada que conducía, desde la ciudad de Atenas, cuesta arriba, hasta cerca de Eleusis. Estas estaciones o "capillitas", como se las llamaba, representaban determinados estados de desarrollo, y a ningún discípulo se le permitía ir más allá, por ese Camino, de lo que autorizaba su propio nivel de consecución. Dentro de cada capillita, el discípulo recibía instrucciones que le ayudaban a llegar hasta la próxima Estación. En la Alta Edad Media, los devotos cristianos iniciaron la práctica de reproducir en sus iglesias las Estaciones de la Cruz, mediante escenas de la Pasión, pintadas o esculpidas. Fue también frecuente la colocación de relicarios o capillitas, representativas de las distintas Estaciones, a lo largo del camino que conducía a la iglesia. Al principio de hacer esto, existía un conocimiento de la importancia mística de esas Estaciones pero, gradualmente, se fue perdiendo, excepto para unos pocos, a medida que el pensamiento materialista fue invadiendo el terreno de la verdadera comprensión esotérica. Hoy sirven, en el mejor de los casos, poco más que como pequeños objetos de veneración, que estimulan al devoto a rezar, pero también dan lugar, en muchos casos, a creencias y prácticas supersticiosas.
Las Estaciones que, al principio, fueron siete, se duplicaron más tarde. Esotéricamente representan el Camino del desarrollo, mediante el despertar de los siete centros energéticos, en su doble aspecto, positivo y negativo, que florecen en el interior o sobre la cruz que representa el cuerpo humano. Las experiencias de la vida de Cristo, que marcan las catorce Estaciones, son las siguientes:
I Cristo Jesús es condenado a muerte.
II Carga con Su cruz.
III Cae por primera vez.
IV Encuentra a Su madre.
V Simón Cireneo le ayuda a llevar la cruz.
VI Verónica enjuga Su rostro.
VII Cae por segunda vez.
VIII Las hijas de Jerusalén lloran por Él.
IX Cae por tercera vez.
X Es despojado de Sus vestiduras.
XI Es clavado en la cruz.
XII Muere en la cruz.
XIII Es bajado de la cruz.
XIV Es colocado en el sepulcro.
En toda la literatura esotérica, los siete centros (chacras) se describen así:
El número uno está situado en la base de la espina dorsal. Ahí duerme el kundalini o fuego espinal espiritual. Rojo oscuro en estado latente, este fuego, cuando es despertado, se transforma en rojo rubí claro.
El número dos está situado en el plexo solar. Su color rojo naranja se modifica durante el proceso de transmutación, mediante un ligero tinte verde vernal claro.
El número tres se relaciona con el bazo el cual, como un sol en miniatura, irradia luz dorada. Al principio de su desarrollo, posee un tono verde dorado que luego se convierte en dorado puro.
El número cuatro, el centro cardíaco o cordial, emite resplandor amarillo que, en posteriores estadios de transmutación, pasa a estar teñido de azul etéreo.
El número cinco está colocado en el cuello, exactamente sobre la laringe. Su color es azul y, a su través, cuando se ha desarrollado completamente, titilan chispas plateadas.
El número seis se encuentra cerca del centro de la cabeza, hacia la coronilla. Cuando ha entrado completamente en actividad, emite caleidoscópicos dibujos de belleza indescriptible. Sus colores primarios son el rosa, el amarillo, el azul y el púrpura.
El número siete está en la parte más elevada de la cabeza. Totalmente despierto, forma una corona o halo que irradia una refulgente luz blanca.
La puesta en actividad o despertar de los dos centros inferiores corresponde al Primer Grado o de la Purificación; así como la del bazo y el corazón, corresponden al Segundo o de la Iluminación. El centro del cuello es la puerta que comunica la personalidad con el espíritu y alcanza su pleno desarrollo sólo cuando aquélla se ha espiritualizado o, en otras palabras, cuando está dispuesta a obedecer siempre las órdenes del espíritu. Los dos centros de la cabeza corresponden al Tercer Grado o Grado del Maestro.
Según la esotérica comprensión de la iglesia primitiva, los discípulos que caminaban por el Sendero del Calvario no encontraron al Maestro durante el Camino, sino que Lo siguieron. Esta es la interpretación correcta, ya que Cristo fue el Supremo Indicador del Camino para toda la Humanidad. Las Estaciones indican las Etapas más importantes, conducentes a la Iniciación.
Primera estación: CRISTO JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Mediante la experiencia transformadora de la Iniciación, el hombre muere para el mundo exterior y nace a la vida interior del espíritu. La Primera Estación representa la suprema dedicación. Uno es el principio de todas las cosas. Así como Una es la gran Llama Blanca que contiene los siete colores, en potencia o en suspenso, del mismo modo, la dedicación preiniciatoria se convierte en la semilla de la que brotarán, en debida forma, todas las fuerzas espirituales latentes en la conciencia del discípulo.
Segunda estación: CRISTO JESÚS CARGA CON SU CRUZ
Tras la suprema dedicación, la cruz se convierte en objeto familiar para el aspirante. Le hace frente en todas las experiencias de su existencia diaria y deja su huella, tanto sobre su vida externa como sobre su vida interior. Es en esta Estación cuando el Sendero se hace tan pesado, que muchos se vuelven atrás, hacia el mundo, y dejan de caminar con Cristo.
Así como el Uno pertenece a la esfera de lo infinito, el dos pertenece a la de lo finito. Dos representa el descenso del espíritu a la materia. La Segunda Estación tipifica la encrucijada de la decisión, la vacilante situación desde la que el discípulo, o se vuelve atrás hacia los viejos senderos, o se encamina hacia adelante en busca de una mayor identificación con el espíritu.
Tercera estación: CRISTO CAE POR PRIMERA VEZ
El considerar las Estaciones en relación, tan sólo, con su significado histórico, como incidentes en la vida de un único hombre, es perder la perspectiva de su verdadero significado para toda la Humanidad. Si Cristo es el Supremo Iniciador, Su Camino ha de tener, claramente, significado para todos. Esotéricamente, cada caída a lo largo de la Vía Dolorosa, es el símbolo de una experiencia en la vida del discípulo, como consecuencia de la cual, puede caer o fallar. Es, pues, importante, conocer la naturaleza de esas pruebas, a fin de poderse enfrentar a ellas con conocimiento de causa.
El Uno, sumado al Dos, produce el Tres. Los sabios antiguos definían la aparición de la Triplicidad como "el mundo de la Emanación". Es mediante las fuerzas del Tres como el espíritu desciende a habitar en la carne. El ritmo manifestado por el Tres depende de la armonía existente entre el Uno y el Dos, y en ello está la clave de la futura evolución del hombre. La Primera Caída representa el actual estado de evolución del hombre, en el que se halla profundamente envuelto por el mundo de la materia.
Cuarta estación: CRISTO JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
Pitágoras llamó "sagrado" al número Cuatro, porque significa el alma. De ahí el inspirado cántico: "El Cuatro del Uno y el Siete del Cuatro".
La Kábala establece que la primera celebración es la de la Gran Madre. La Madre representa el Divino Femenino o facultad creadora de imágenes, y el principio amoroso del espíritu del hombre. Como es a la realización del Divino Femenino y al consecuente desarrollo de los poderes espirituales, a lo que el discípulo aspira, en las primeras etapas de su búsqueda, encuentra a la Madre, el "perfecto modelo de realización".
Quinta estación:
SIMÓN CIRENEO AYUDA A CRISTO JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
En los primeros estadios del proceso iniciático, el trabajo a desarrollar se refiere, alternativamente, a los polos masculino y femenino del espíritu. En el Libro del Misterio desvelado se afirma que el Padre y la Madre contienen todas las cosas y que todas las cosas los contienen a ellos y que, cuando los pecados se multiplican en el mundo y el santuario queda polucionado, el macho y la hembra se separan. Esta separación representa el actual imperfecto y desequilibrado estado del desarrollo humano. Por ello, el primer trabajo del Sendero de Iniciación consiste en restaurar el equilibrio perdido.
Cinco, por tanto, es el número del cambio o la transición. Es el número del bien en formación. Se le ha llamado el "número dual" porque representa a las naturalezas superior e inferior en su lucha por la supremacía. Aquí el Sendero se estrecha y la cruz se agranda.
Sexta estación:
VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE CRISTO JESÚS
El Cantar de los Cantares de Salomón es una exaltación del Divino Femenino. En ninguna otra obra escrita aparece más vívidamente descrito el éxtasis puro del alma de Uno Iluminado: "Mi amada es mía y yo soy suyo". Este inspirado canto, pues, describe la unión de los dos polos, masculino y femenino, del espíritu.
En el Cinco tiene lugar la lucha entre lo humano y lo divino. En el Seis, las fuerzas de la construcción creativa trabajan para el establecimiento de una armoniosa interrelación. Seis es amor humano dedicado a Venus. Mediante el sufrimiento engendrado por el amor humano, el alma resucita o renace. El número Seis anuncia preparación mediante purificación. Bajo sus poderes, nace la iluminada visión de la clarividencia.
Séptima estación: CRISTO JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
El ascenso a la Sexta Estación llega sólo mediante la Purificación. En la Séptima, el futuro progreso depende de la fortaleza de voluntad y la firmeza del propósito.
Siete es el lugar del sábado o descanso, no del cese de actividad. Es donde el discípulo se eleva, de un orden inferior a otro superior, y prosigue hacia la victoria espiritual y el adeptado. En este punto se sintetizan las experiencias de la vida y sus esencias se convierten en poderes útiles del alma. Desde este punto, el progreso futuro, aunque difícil, es continuo e ininterrumpido.
Octava estación:
LAS HIJAS DE JERUSALÉN LLORAN POR CRISTO JESÚS
La separación entre los principios masculino y femenino es la causa de todo el dolor, la tristeza y la muerte existentes en el mundo. Esa separación llevó consigo la sumisión del femenino y es por eso por lo que lloraban las hijas de Jerusalén. El Maestro Supremo y Sus obras mostraron los perfectos poderes de los dos polos en equilibrio. La cruz que transportó y el Sendero que siguió hasta el Calvario simbolizan el medio para la restauración de toda la Humanidad. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" es un cántico de un profundo significado místico. El lamento de las hijas de Jerusalén (el despertar del alma) surge del hecho de que el hombre no se ha aproximado más a ese ideal crístico.
Ocho es el número "libre" o de la resurrección, y ostenta los elevados poderes del dorado rayo de Cristo.
Novena estación: CRISTO JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
La Tercera Caída está relacionada con los poderes de la mente no iluminada. San Pablo se refiere a ellos como "poderes de las tinieblas". Si la cualidad anímica femenina no hubiera sido sometida por las fuerzas puramente mentales, la mente del hombre no iluminado no hubiera jamás adquirido los desproporcionados poderes que hoy posee. La mente es el Sendero y su "cristización" es el trabajo más importante de toda la evolución humana.
El número Nueve representa la escala evolutiva que va del hombre a Dios; por eso ha sido denominado el número del hombre y el número de la Iniciación o de la "cristización" del hombre.
Desde la hora sexta hasta la hora nona, la tierra se oscureció, mientras el Maestro, unido a Su cruz, se convertía en el Supremo Indicador del Camino para toda la Humanidad, demostrando un perfecto equilibrio espiritual. El Nueve supone el comienzo de esa unión de poderes, y la mente, como se ha dicho, es el camino del logro. "Que Cristo se forme en ti", es el primer mandamiento cristiano.
Décima estación:
CRISTO JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
La Décima Estación destaca el principio de la Gran Renunciación, simbolizada por la separación del Maestro de Su inigualable vestidura. Esa hermosa prenda representa la conciencia activa de Dios, esotéricamente comparable a la esencia extraída de todas las buenas obras de nuestras vidas terrenas, y que es perceptible por la vista interna como el "cuerpo del alma" o el "dorado vestido de bodas", un halo luminoso que rodea todo el cuerpo y se extiende ampliamente a su alrededor como una centelleante gloria, tal y como se ha podido comprobar en varios santos ilustres durante sus vidas terrenas. Cristo renunció a esa gloriosa vestidura del alma para que sus poderosas emanaciones impregnasen la cubierta etérica de la Tierra. El hombre continúa aún recibiendo curación física e inspiración espiritual provenientes de aquella fuerza originaria de Cristo, pues Su sacrificio no afectó solamente a su cuerpo, sino también a su alma. Fue un derramamiento de luz y de amor, del cual la Tierra y su Humanidad se beneficiarán hasta el fin de los tiempos.
El número Diez significa la verdadera sustancia del ser. Todos los números conducen a él. Los que le siguen son meras combinaciones de los que le preceden. El Diez está formado por las potencias masculina (1) y femenina (0), y representa al hombre y a la mujer trabajando de acuerdo con las leyes de la generación. La sublime pureza del alma, simbolizada por la vestidura inigualable y la renunciación mediante su entrega a seres menos avanzados, se hallan hermosísimamente representadas como la elevada consecución de la Décima Estación.
Undécima estación: CRISTO JESÚS ES CLAVADO A LA CRUZ
La Undécima Estación marca la total y completa renuncia a la vida personal en favor de la vida espiritual, lo mismo que la Décima marca su inicio.
El filósofo esotérico Franz Hartmann escribe: "La mujer representa la hermosura y la voluntad de la raza humana, mientras que la parte masculina de la Humanidad representa la razón y la fuerza; pero ninguno de los dos, ni el masculino ni el femenino, son perfectos. Sólo es perfecto el ser en el que lo masculino y lo femenino están unidos".
La cruz es el símbolo de la prevalente desunión entre los principios masculino y femenino en la Humanidad; y el espíritu interno o Cristo Interno está clavado en esa cruz de limitación hasta que se libera a sí mismo, mediante la Iniciación, por la que se obtiene el equilibrio perfecto.
De igual modo que la cruz (+) representa la falta de equilibrio entre lo masculino y lo femenino, el número Once (11) representa el equilibrio, la meta suprema de la raza humana. Por eso al Once se le denomina el Número del Maestro. Cuando las fuerzas del Once se hacen totalmente activas en el hombre, éste adquiere el poder de cambiar su entorno, de originar nuevas circunstancias, de crear un nuevo cuerpo y una nueva vida, todo ello en armonía con la divina imagen a cuya semejanza fue él mismo modelado en el principio.
La renuncia a todo lo que pertenece al plano físico proporciona la divina compensación de un campo de acción y unos poderes ilimitados en los mundos espirituales superiores. Cuando el alma se desliga de la materialidad, adquiere la correspondiente libertad en su propio y verdadero mundo.
Por eso los antiguos definían los poderes del Once diciendo: "En mi mano, todas las cosas permanecen en perfecto equilibrio. Yo uno todos los opuestos, cada uno con su complementario".
Duodécima estación: CRISTO JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Mediante la Iniciación, el discípulo muere a lo finito, a lo personal, a lo material, para renacer de nuevo al milagro y la gloria de lo infinito, lo impersonal y lo espiritual. Lo mortal es transmutado en inmortal, lo terreno en celestial. Con las palabras "se ha consumado", el glorioso espíritu de Cristo quedó libre para funcionar en mundos de inmortalidad. Tal es también la consecución del discípulo cuando alcanza este lugar del Sendero. La muerte ha sido enfrentada y vencida. Nunca más el terrible espectro podrá alcanzarlo, ya que ha heredado la vida eterna.
El número Doce se puede aplicar a todos los conceptos relacionados con la extensión, la expansión y la elevación. Trasciende lo tridimensional. La conciencia a él relativa se enfoca a una dimensión superior.
El símbolo del Tarot para el número Doce es el Hombre Crucificado, o sea, el que ha renunciado a todo y, por ello, lo ha ganado todo. El fin último del peregrinaje del ego en la esfera terrestre es traer a la manifestación la fuerza de Cristo en él latente. El número Doce entona la nota-clave de esa consecución.
Decimotercera estación:
CRISTO JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
La Decimotercera Estación es el Grado de la Gran Liberación. Cuando el cuerpo sagrado fue liberado de la cruz, fue puesto en brazos de Su bendita madre. En otras palabras, mediante el equilibrio, el ego se libera de la cruz de la materialidad y es elevado a la sublime exaltación de la unión con el Divino Femenino.
La Kábala dice que "cuando el macho se une a la hembra, ambos constituyen un cuerpo completo y todo el universo se halla en estado de felicidad, porque todas las cosas reciben bendiciones de ese cuerpo perfecto. Y eso es un Arcano". O sea, que esa es la suprema consecución en la evolución de la raza humana.
Mediante la emanación del poder del Doce, se aprenden lecciones a través del ritmo masculino del Uno y el ritmo femenino del Dos. El Doce, agrupado alrededor del Uno, forma una unidad que vibra hacia el Trece. En él yace el secreto de la paz, la abundancia y el poder, para toda la Humanidad. En la fórmula del Trece se encuentra la clave oculta de las palabras del Maestro: "Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré Yo en medio de ellos".
Gran parte del trabajo de Cristo y Sus discípulos está relacionado con la mística fórmula del Trece. La nueva dispensación se estableció bajo sus poderes. La Estación Decimotercera gobierna la transición de un estado inferior a otro superior. Sus fuerzas son, por tanto, especialmente activas en estos días en que la Era Acuaria está llegando a la manifestación. Como apuntando a este hecho, trece estrellas componen la urna celestial desde la cual la constelación de Acuario, el portador del agua celeste, está derramando las aguas de vida sobre la Tierra.
Decimocuarta estación:
JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
Cristo fue colocado en un "sepulcro nuevo" en el que no había sido sepultado antes ningún hombre. El principio masculino se debilita con la muerte o desequilibrio, para que pueda luego ser elevado de nuevo, en equilibrio con el femenino. El número Catorce representa las fuerzas combinadas del masculino Uno y el femenino Cuatro. Aquí el Cuatro es la puerta de entrada a los planos superiores. Ese fue el trabajo de Grado demostrado por el Supremo Maestro a lo largo de la Vía Sacra, y simbólicamente perpetuado en las Estaciones de la Cruz.
La colocación de Cristo Jesús en el "sepulcro nuevo" indica que Aquél que fue colocado en él, acababa de experimentar la Muerte Mística, que conduce a una nueva Iniciación o, mejor, a una Iniciación de un grado superior a la de cualquiera que la hubiera precedido. Pues la misión de Cristo en la Tierra fue la de fundar la nueva Escuela de Misterios Cristianos. Esa tumba, por tanto, no fue un lúgubre sepulcro de muerte, sino la puerta de acceso a una vida más abundante.
Las Catorce Estaciones o Grados, de estados de conciencia en expansión y ascensión progresiva, tienen su desarrollo paralelo en las estrellas interiores o centros florales que adornan el cuerpo del hombre iluminado. "Tras ello, miré y vi que en el cielo había una puerta abierta". Tal es la expresión bíblica para esta exaltada vivencia.
Entre los más próximos y queridos a Cristo, sólo unos pocos tuvieron la suficiente fortaleza para seguirle todo el camino. Entre los que lo intentaron, algunos se volvieron atrás por no tener la suficiente fortaleza para hacer la suprema renunciación de perder su vida por ganarla. Otros Le traicionaron en esa etapa porque no tuvieron la suficiente fuerza de carácter y la convicción que les hubieran hecho capaces de permanecer firmes ante un fin aparentemente ignominioso para su Maestro, y las pullas y mofas de la crucifixión se amontonaron ante ellos. La prueba que aquí enfrenta el candidato a la siguiente etapa del Sendero, hay muy pocos que estén preparados para sobrellevarla con éxito.
En palabras del místico rosacruz Max Heindel: "Esta etapa es para aquéllos que cierran sus ojos a todas las cosas de la Tierra, aquéllos que ya no se preocupan de las alabanzas o las censuras de los hombres, sino que miran a su Padre en los cielos. Aquéllos que están dispuestos a mantener la Verdad y sólo la Verdad. Aquéllos que ven con el corazón y ven en los corazones de los hombres, que pueden discernir en ellos al Cristo Interno, al Hijo del Dios viviente".
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MEDITACIÓN PARA EL VIERNES SANTO
Cuando el aspirante medite sobre el Misterio del Viernes Santo y del Amanecer de Pascua, que lo haga, a la luz de estas verdades. Mediante la reverente y profunda meditación sobre las elevadas consecuencias de estas Tres Horas, se acrecentará su conocimiento del trabajo en los planos internos, lo cual desarrollará sus poderes anímicos. Luego, mirando hacia el futuro lejano, hacia las edades por venir, se harán realidad las palabras de San Pablo: "Ahora somos hijos de Dios y aún no parecemos lo que seremos".
Que Cristo pudiera convertirse en el Espíritu Planetario fue el secreto del Misterio del Gólgota. Los acontecimientos de Navidad marcan Su entrada divina anual, mientras que los acontecimientos de Pascua, marcan Su divina consumación.
Continua mañana con Sábado Santo...
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